Ojos verdes
Publicado el 20 de julio de 2025
«Verde como el trigo verde eran tus ojos, subiste al caballo, te fuiste de mí», cantaba la voz de Conchita Piquer. Tú subiste a tu descapotable. También huiste de mí. Aún no te había dicho que, además, huías de ti. Él tiene tus ojos verdes.
El sueño de una niña que creía en el amor
Publicado el 14 de julio de 2025
En ese rincón de mi cerebro lo guardaba a él. A la euforia que me provocaba al principio. Cuando creíamos que nuestro tiempo era infinito. Cuando pensábamos que las culpas no podrían matar lo nuestro. Un rincón con notas en el margen de una libreta. Un rincón donde también guardaba imágenes, como nuestros pies enroscados tras el sexo o nuestros gritos levantados como espadas en cualquier hora del día. Un rincón de mi cerebro donde ocultaba todo lo que me creaba ansiedad, como el olor a zanahoria hervida que él utilizaba para su jugos tras el gimnasio. Si conseguía mantener ahí los recuerdos podía evitar pedir ayuda profesional. Esa era mi certeza. No quería tomar pastillas para poder olvidar a un ex. Yo era más fuerte que eso. Estaba convencida de mi resiliencia: saldría de aquella ruptura como fuera. Aunque tuviera que ponerme a follar como una loca con quien se pusiera a tiro, en el váter de cualquier discoteca. En el centro de ese rincón de mi cerebro, el anillo que nunca me puse porque rompimos antes. En ese rincón de mi cerebro, el espíritu de un amor que no fue más que el sueño de una niña que creía en el amor.
Querida ingenua
Publicado el 25 de junio de 2025
Sara levanta el teléfono con energía. Ella cree que se puede salvar, pero no hay nada en el mundo que vaya a redimirla de su pecado. Sonríe al aparato como si su abogado estuviera viéndola y así pudiera convencerlo de su inocencia. Querida ingenua. Se toquetea el pelo coqueta, como si aún tuviera el trabajo que la ha llevado hasta los juzgados de lo civil. Ignora la lluvia tras el cristal. Ignora el tono apagado de su abogado. Ignora el papel que tiene delante con el título «Sentencia firme». Sara sonríe a nadie, convenciéndose de que nunca estafó a ningún cliente. De que su jefe es la persona que dijo ser. De que el negocio de él era tan lícito como la ingenuidad de ella. Sara desafía la realidad tachando con un bolígrafo rojo donde pone «condenada a prisión». Forcejea cuando vienen a por ella. Insulta cuando cierran desde fuera su celda. Maldice cuando siente la humedad y el frío de su nuevo cuarto. Y acaba soñando despierta con el jefe que seguro pagará su fianza y la rescatará de esa injusticia. Sara, pobre ingenua.
No todavía
Publicado el 20 de mayo de 2025
El dulce de la tarta se me agrió en la garganta. Esa desazón no estaba justificada. No todavía. Aún no sabía nada del engaño. Seguía ciega con su encanto. Era como si estuviera viendo la televisión. Una película de amor en la que todo salía bien, pero yo no lo creía. No lo sentía. Quizá alguna escena me proporcionara lujuria. Algunos susurros de ese personaje que se me acercaba podían calarme. Pero nada me llevaba a la alegría. Ni siquiera esos besos de después que trataban de ser tiernos. Tampoco es que sintiera ira. No todavía. Solo era una espectadora de mi propia vida, sonándome los disgustos con una servilleta mientras le arrolla un vagón de mercancías que parece no ver. No todavía. Como si aún fuera ese pony al que engatusas con zanahorias. Esa mujer a la que atraes con sonrisas falsas. El recelo fue apareciendo después. Casi a la misma vez que el llanto, pero aún sin explicación. Como una viscosidad en el estómago que se va pegando a las paredes, un todoterreno que arrasa con todo a su paso. Una hoguera de San Juan que calcina lo que pudo haber sido. Esa amenaza era aún un sinsentido. Nada me hacía presagiar lo peor. No todavía. Comenzó entonces a escucharse la banda sonora de esa película. Una música nada celestial que acompañaba una imagen que había idealizado. La agonía estaba servida. El miedo hizo su aparición. La piel se me comenzó a erizar por la comprensión que quería arrollarme pero yo no la dejaba. No quería verla. No todavía. Me convencía de que todo estaba en calma. Que esa desazón que sentía no era más que el fantasma de un futuro incierto que podría evitar. Una calma con sabor a fresas con nata, pero con olor a tristeza. Esa tristeza que se te cuela hasta el alma y que te catapulta hacia el abismo aunque insista, una y otra vez, en darle al pedal de freno. Entonces ya sí. Llegó como un mareo, primero. Como una exhalación, después. Mi castillo en el aire, por fin, se había caído.
Gallina clueca o mujer menopáusica
Publicado el 19 de mayo de 2025
Dicen que las gallinas cluecas no servimos ni para hacer caldo. Dejamos tiempo atrás de poner huevos y nuestros muslos ya no tan jóvenes no saben a nada. La única opción es echar tanto condimento al agua de hervirnos que acaba por salir un baño salado de pechuga insulsa. Ni para eso servimos ya. En el gallinero somos tres cluecas, y no es que me consuele no ser la única. Las setenta y tres ponedoras hacen mucho ruido. Y yo soy la veterana de estas tres. Los dos gallos siquiera saben que existimos. Los piensos que nos dan tienen peor sabor que nuestros caldos. Y nuestra jaula se encuentra al final del todo, pegada a las cocinas. No hace falta que hablemos humano para saber que esta calle no tiene salida.
Rencor
Publicado el 8 de febrero de 2025
Rencor es una palabra demasiado mayúscula. No es como si dijera rosa chillón, melocotón o rabo de toro. No. Es rencor. Con su erre, su e, su ene, su ce, su o, su otra erre. Pero prefiero foca o mandarina, que invitan a soñar a inventar historias de cosas bonitas. No rencor, que avecina catástrofe. Que a la dices con determinación o mejor no la pronuncies. Porque decir rencor con temor es una muy mala idea. Tan mala idea como llevar un cinturón de tachuelas como diadema o un ramo de revólveres. Tan mala idea como cocinar dulce de manzana echándole sal. Y no es solo que empieza con erre, porque resiliencia también empieza con la misma erre y no se siente igual. Desde luego, si empezara con la ese de soñar sería mucho mejor. O con la pe de pensamiento. La a del apego al que me aferro para acabar decidiendo con qué palabra de todas me voy a quedar. Y no descarto el rencor, porque, aunque me pone la piel de gallina solo de pronunciarla, es mucho mejor que amargo, y eso que empieza con la a. Porque la amargura te deja en el sitio y el rencor te lleva a la acción. Aunque sea a esta acción, la de escribir sus seis letras en este cuaderno. Porque el rencor da un coraje que deja cicatriz. Llega vestido de noche con todas sus galas, su determinación y su valentía y hasta en un punto parece que te da felicidad. Una fría sensación de victoria que te hace mirar con recelo a esa persona a la que le tienes rencor. Esa persona que te quitó con dolor lo que más querías. Esa persona que dijo ser tu amiga y que ahora la miras con algo sabroso en tus ojos: sí, eso, rencor.
Una dulce perdición
Publicado el 13 de enero de 2025
La maldita lady Caroline se está pasando. No tenía bastante con la provocadora invitación dirigida directamente a mi madre. la condesa de Radford, para que no pudiera esquiva este tedioso baile, sino que le ha dado por ponerse el corpiño más ajustado que tenía con ese tono verde a juego con sus ojos. Y no es que yo me haya fijado alguna vez en sus ojos, maldita fuera. El problema no está en mi vista. Soy completamente capaz de obviar ese fastidioso sentido. El problema está en el olfato. ¿Qué demonios lleva esa fragancia? ¿Por qué no soy capaz de ignorarla? ¿Por qué ese tamiz de cítricos y tal vez lavanda no se me va de la cabeza? Para colmo, mi querida madre me obliga a bailar con ella. No puedo desairar a la anfitriona. Este corpiño es un suplicio, estos ojos, una tortura, pero esta fragancia es la peor de mis perdiciones.
Marujas
Publicado el 20 de octubre de 2024
«Te ganarás el pan con el sudor de tu frente», dicen las vecinas en el pueblo de mi madre, en ese gesto de soñaras que tienen toda la razón: cabeza ladeada, mirada retadora, mano en el pecho, casi en las tetas. Dilatan el tiempo y hasta el espacio, con su discurso consabido de generación en generación. Bajan las miradas hasta sus propios dedos de los pies para dar credibilidad al momento. Un discurso que van a defender con fiereza. Después te susurran su mensaje como una caricia, tratando incluso de parecer cariñosas. «Esa rebeldía ya la inventamos nosotras, querida». «Hasta que te veas en la ruina y te pongas a trabajar». Ahí sus voces se convierten en chirriantes. Ni siquiera tu expresión de aburrimiento las va a desanimar, porque ellas siguen erre que erre demostrando un verano más su falta de sensibilidad. Cara de tortuga, labios arrugados, manos de sus tetas al aire, para enfatizar. Y tú pensando en lo bien que estarías con tus amigos tomando unas cervezas en la plaza. Pupilas dilatadas, sus iris grisáceos mirando al cielo como inspirándose en el Creador. Hasta que por fin dan a su discurso el mordisco que querían: «No vas a estar todo el día saltando por ahí como las cabras. Tendrás que sentar la cabeza, antes de que se te pase el arroz». Tu mente ya en si tus amigas estarán en la plaza y en si aún te quedará pintalabios para cuando estas marujas te dejen llegar. La bata azul de una de ellas, donde sus manos reposan de vez en cuando se convierte en tu único punto al que dirigir tu vista. Si las miras a los ojos estás perdida. Alguna sería capaz de pronuncia la palabra «despido», esa palabra que aún es tabú hasta que alguien la destape. La otra palabra tabú es «amor». Y por «despido» no serías capaz de ser grosera, pero si dicen «amor» no sabes si podrás contenerte. ¿Habrá alguna manera suave de mandarlas al infierno? Su mirada de nuevo a los dedos de los pies, la siguiente frase detenida en el tiempo, tú rezando por que acaben ya y así llegar a la plaza. Y, entonces, es cuando te golpean de lleno: «El día que tengas un hijo en tu seno se te acabarán las tonterías». No han dicho «despido». No han dicho «amor», pero suena igual de horrible. Y aún llega a ser peor: «Con tal de alimentar a tus hijos harás de todo, incluso acabar de meretriz». Ahí ya te planteas si esa mujer te está llamando puta en la cara. Pero ellas son las amas del pueblo. Todo les está consentido. Nadie es capaz de contradecirlas. Nadie quiere que acabe llegando la sangre al río. Aunque en ese punto del discurso ya te imaginas retorciendo algún que otro de sus pescuezos arrugados, sin ningún remordimiento. Echar a alguna en el pozo, atizar a otra con un cascanueces, cualquier cosa para acabar ya con esa maldita tortura. El final del sermón es lo que más temes. Cogen aire, suben el tono de voz, imprimen una melodía para llegar casi a la ternura y te sueltan: «Ya llegará el día que desees que tus problemas solo sean por amor». Añaden un «muchacha», un «querida» para ahondar más profundamente el puñal. Cuando quieres llegar a la plaza ya sabes que tienen razón.
Mar salvaje
Publicado el 5 de febrero de 2024
El mar revuelto estaba salvaje esa mañana. Casi sacado de una pintura de Sorolla. Con sus remolinos espumados, las siluetas recortadas ante los antipáticos visitantes. Un pescador cosiendo su red. Olas bramando como notas musicales, en una ruidosa ostentación de frustración. Un movimiento mecánico de ironía. Ahí era. Me sentía como en casa. El mar me susurraba bajito, como un contador de ideas absurdas. Yo, tumbada en un mullido colchón de arena húmeda, con hambre de justicia y dignidad. Aquella mañana sin calor me sentía enóloga experta en esas sustancias de embriaguez. Borracha de vacilación inconstante. Sensible de emociones fuertes. Abrasada la piel como con lejía. Vulnerable ante toda la inmensidad. Un arroyo incontenible de sinsentidos. Ya me dijo mi psicóloga que cuando me sintiera así evitara la atracción que ejerce el mar. Que me distrajera con algo bonito, como una caricia por el pelo de mi perra, un abrazo de un ser querido o un paseo por un bosque de pinos y piñas. Todo, menos acercarme al mar. Y lo he intentado; ese día incluso había ido a acariciar el pelo de una oveja, saltando la verja de la vecina, expresando de viva voz las emociones positivas que sintiera. Un arte que me cuesta normalmente. Lo invoco como un patinador deslizándose por la autoestima, la paz, la alegría. Pero, a renglón seguido, tropiezo con la ansiedad, la angustia, la desesperación, aun llevando las gafas de la positividad. Pero esa mañana ya no había espacio a filosofar. Aquella mañana el mar me sedujo con toda su atracción.
«10 tips para olvidar a tu crush». Colección Mil Amores.
Publicado el 25 de octubre de 2023
Me desperté cuando amanecía, pero no fui capaz de abrir los ojos. No todavía. Estábamos abrazados. Mi cabeza había bajado a su pecho y sus caricias no se habían quedado en mi mano, sino que en esos momentos enredaba en sus dedos uno de mis tirabuzones negros. Seguí un buen rato (mientras mi conciencia me dejó, así que no demasiado) disfrutando de ese momento, de ese olor a él que tanto había echado de menos, de ese hueco en su cuerpo que estaba hecho a mi medida. Que está hecho a mi medida, ya lo sé. Por fin fui capaz de afrontar su mirada. No soltó mi mechón de pelo ni hizo ademán de retirarse. Solo sonrió. Y yo lo abracé. ¿Lo abracé? Sí. Lo abracé. En lugar de darle los buenos días y subirme a la habitación a darme una ducha y coger un coche para ir a ver a mi novio en Barcelona, abracé a mi crush, como lo hubiera hecho si hubiera acabado de decirme te quiero. ¿Qué hizo él? Lo peor que podía haber hecho. Me abrazó también. Como si yo hubiera acabado de decirle te quiero.